Tortuguero no es un sitio normal, mucho menos como destino turístico. Por el contrario, es un pequeño pueblo al que solo puede llegarse tras una hora en barco, y que tiene su origen en una antigua explotación maderera al lado de lo que hoy es un parque nacional. Solo hay turismo, quien vive allí trabaja en el sector, bien dedicado a atender visitantes que quieren conocer el parque nacional, ver animales en libertad y, en la época correspondiente, conocer en directo como desovan las tortugas marinas en su inmensa playa.
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Tortuguero se entiende mejor con una fotografía aérea: un pequeño pueblo en medio de selva y agua |
La foto superior lo muestra con claridad, el pueblo en la curva poco antes de que el río desemboque en el mar, una isla de hecho separada de tierra por el río Tortuguero con el parque nacional enfrente. La playa es un atractivo turístico solo para mirar: sus corrientes la hacen muy peligrosa. Nos lo advirtieron y nadie en el grupo se bañó, ni tampoco vimos hacerlo. Y no sería por falta de ganas, pues la temperatura seguía el código habitual de estas latitudes, calor y humedad disparada.
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Embarcadero de La Pavona, donde se espera por los barcos e informan de las actividades |
Nuestra llegada a Costa Rica fue una inmersión directa en la naturaleza. Del avión a un transfer (solo para nosotros) que nos aguardaba, unas horas de carretera y, en La Pavona, (a medio camino entre estación y recinto hostelero), a esperar el barco que tras una hora de navegación atracaba en Tortuguero.
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Decir "pura vida" con soltura abre puertas en Costa Rica |
En La Pavona apareció un encargado de actividades, Erik, suponemos que dependiente del alojamiento de Tortuguero, que nos informó de lo que podíamos hacer allí. Una vez en el pueblo, nos recogieron en el barco y en la oficina cerramos las que nos interesaron y las pagamos. Ya sabíamos que no se podía usar tarjeta de crédito y de camino habíamos sacado dinero en un cajero.
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Muelle de La Pavona, arena, barro y agua, todo natural a orillas de la selva |
Para situarse, La Pavona carece de muelle, los barcos se acercan a la orilla arenosa, embarrada junto al agua, el personal sube en andas las maletas y los sufridos turistas (todos voluntarios) tienen que descalzarse y mancharse lo menos posible. Y una vez en Tortuguero, a doctorarnos durante tres días en naturaleza en el país que atrae turistas por este motivo debido a la fama de sus parques nacionales. En otros sitios de Costa Rica veríamos sistemas similares para abordar una embarcación, incluso sin la escalerita de la fotografía
Antes de seguir con la narración, algunos detalles del viaje. Salimos muy pronto de Ciudad de Guatemala, el madrugón fue de aúpa. Nos levantamos a las 2:00 de la madrugada, una hora después nos recogían en el hotel y media hora más tarde estábamos en La Aurora. El avión salía a las 6 de la mañana, pero al ser un vuelo internacional pedían anticipación de 3 horas.
Todo fue perfectamente y en el Juan Santamaría, el aeropuerto de San José de Costa Rica, nos esperaba Juanjo, un conductor ya de cierta edad y jubilado, pero al que las circunstancias han forzado a seguir trabajando. Nos lo envió el alojamiento de Tortuguero, fueron 330 € por un trayecto de casi tres horas para recorrer 120 kilómetros.
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Arroz con leche costarricense |
Juanjo fue muy amable, nos paró en un establecimiento de carretera muy chulo, grande, limpio y con cajero automático, donde nos aprovisionamos de colones, la moneda local. Veníamos de Guatemala, donde el cambio era 500 quetzales por euro, y ahora teníamos que manejar el colón, ocho por euro. Aprovechamos el descanso para tomar un café y saltó la sorpresa: en un exhibidor ofrecían bollería, fruta y algunos postres, pero descubrimos unos vasitos sospechosos de contener un apetitoso arroz con leche y canela. En el grupo hay quien adora este manjar y se llevó una alegría, pero no solo él, la mayoría lo secundó. Estaba riquísimo. En otro desplazamiento dentro de Costa Rica se repetiría el hallazgo pero, curiosamente, en ningún restaurante durante dos semanas en el país nos ofrecieron arroz con leche en los postres.
Respecto a la historia de Juanjo, nos contó que tiene mujer (enferma de cáncer, en tratamiento) y dos hijos varones, el mayor, casado, con dos hijos pequeños, enviudó hace dos años. Juanjo le ayuda en su situación familiar y a la vez trabaja y atiende a su mujer. Un panorama complicado. Dejó caer que su hijo viudo no es muy hábil profesionalmente y que ahora le está enseñando su profesión de conductor. Por lo demás, nació en una familia humilde, tuvo que trabajar desde niño y anteriormente fue bananero (se gana poco, explicó, mientras veíamos extensiones kilométricas de bananos, y sobre todo trabajan nicaragüenses sin papeles), taxista y ahora, con 68 años, sigue a los mandos de su buseta de 15 plazas en la que íbamos comodísimos. La ruta pasaba delante de su casa y de la cercana de su hijo mayor, que nos enseñó orgulloso. Un tipo muy educado y bastante majo.
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En el barco camino de Tortuguero, atravesando una selva sin final |
El trayecto de una hora hasta Tortuguero fue agradable, surcando un rio terroso con algún caimán visible, selva en ambos márgenes y muy pocas señales de actividad humana.
Cada poco nos cruzábamos con embarcaciones similares acarreando turistas. Lógico al ser la única vía de acceso y Tortuguero un destino solicitado.
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Vista de Tortuguero desde el barco |
Llegado el momento apareció Tortuguero, un pueblecito de casas bajas y sencillas, donde lo importante es que resistan los intensos y frecuentes chaparrones tropicales. Y numerosos barcos en sus muelles, para la comunicación con La Pavona, la habitual, o con Moín, el puerto de contenedores de la ciudad de Limón (100.000 habitantes). Y sobre todo, para las actividades de los turistas en Tortuguero y las visitas al parque nacional, que se hacen en barco.
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Playa de Tortuguero, kilométrico arenal donde las tortugas entierran sus huevos de junio a octubre |
Esa tarde nos limitamos a instalarnos en nuestro alojamiento,
Cabinas Tortuguero Natural, un lugar bastante básico, con habitaciones más tipo hostel que otra cosa, en las que había tres camas grandes muy juntas, una mesita, un especie de armario más el baño, todo bastante tronado (sin desayuno, 44€ habitación/noche). Después, paseo hasta la playa, enorme, sin final, completamente natural y desierta, nadie en el agua, como ya indicamos.
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Primera cena en Tortuguero mientras en el exterior diluviaba |
Elegimos el restaurante un poco a ojo y resultó como el alojamiento, que ni sí ni no; salimos a 20 €. Al acabar no fue sencillo localizar algo parecido a una cafetería para jugar el chinchimonis del día. Pero tuvimos suerte, el
Budha café resultó un sitio cómodo y agradable, tanto que repetimos e incluso cenamos allí el último día.
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Preparados para la visita al parque nacional Tortuguero |
A las seis de la mañana del día siguiente ya estábamos embarcados para la visita al parque nacional en canoa, con los remos en la mano, tarea a cargo del guía ayudado por los propios visitantes. No se pone pie en tierra ya que son todo manglares, imposible caminar, y de paso se crean menos tensiones a la impresionante fauna del conocido como el pequeño Amazonas por ser la muestra más grande de bosque húmedo tropical protegido.
Antes de cruzar al otro lado del río, parada en las oficinas del parque nacional para que el guía se hiciera con los tickets de acceso.
Y a partir de ese momento, una miríada de pequeñas embarcaciones empiezan a bordear el río, en todos los casos escuchando las explicaciones de sus respectivos guías sobre la fauna y la flora. Imponía el silencio con barcos de remo, y los sonidos eran normalmente obra de aves o monos aulladores.
Y durante un buen rato nos hartamos de ver animales exóticos, como las iguanas, algunas de tamaño increíble como la de la imagen, que tomaba el sol que tanto necesitan en una rama.
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Ejemplar de Aninga americana secando sus alas |
Aves de todos los pelajes. algunas tan bellas como esta Aninga, que secaba sus alas a unos metros de nosotros. Es parecida al cormorán, pero con pico y cola más largos y rectos. Captura peces arponeándolos bajo el agua, y luego los engulle en la superficie.
Alguna nutria, como este ejemplar que retozaba al sol.
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Canales entre los manglares del parque nacional Tortuguero |
Al cabo de un rato de buscar, encontrar y disfrutar viendo animales en su hábitat, el guía introdujo nuestra barca en un canal entre los manglares. Un gustazo, con la frondosidad el sol no pasaba y había árboles espectaculares. Aquí nos explicó el origen de Tortuguero, antaño solo una explotación maderera norteamericana que talaba lo que se le antojaba, motivo por el cual este bosque no está considerado primario pues ha intervenido el hombre. Cuando se prohibió la tala indiscriminada la maderera desapareció, pero todavía quedan en la calle principal de Tortuguero viejas máquinas oxidadas que usaban para cortar y trabajar los troncos.
En esta zona algo al interior del parque no vimos animales, la visibilidad era escasa. Sí se hacían oír los monos aulladores, que mantenían sus conversaciones de manera audible. Es una especie muy abundante, tanto en Guatemala como en Costa Rica.
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Sangrillo del parque nacional Tortuguero |
Encontramos ejemplares enormes de Sangrillo, un árbol espectacular del que habíamos visto algunos impresionantes en Sri Lanka. Teniendo en cuenta la actividad maderera que floreció en Tortuguero, sorprende que se salvaran. El guía nos lo aclaró: es una madera que no flota en el agua, por lo que era imposible moverla por el río. Gracias a ello podemos disfrutarlos.

Ya en el exterior, en el río, se forma casi una laguna rodeada de juncos o una planta similar, donde encontramos muchas aves. Entre ellas el pavón, una especie de gallina con cresta de la que quedan pocos ejemplares y que da, en femenino, nombre al embarcadero de La Pavona. Pero no los vimos en condiciones de fotografiarlos. También ejemplares de ibis y garza gris, entre otros. Presenciamos como otra barca trataba de soltar a una garza que se había enredado a fondo en una liana, casi como si estuviera dentro de una red. El guía de ese barco se esforzó para liberarla, teniendo cuidado además del pico del animal, que no tenía ni idea de lo que quería hacer. Tardó un rato, pero lo consiguió. Nuestro guía dejó claro que de no haberlo logrado habría muerto, la ley de la selva.

Después de unas horas por el parque regresamos al pueblo, donde nos regalamos un desayuno copioso a base de fríjoles con arroz, banano frito y fruta con queso. Habíamos madrugado mucho y remado, y a las once habíamos quedado otra vez con el mismo guía, Leroy, para recorrer el sendero Jaguar. Objetivo, el mismo: pasear por la selva y ver animales sin molestarlos.
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Escuchando las explicaciones de Leroy, nuestro guía en el sendero Jaguar. |
Fue interesante, claro, pero menos llamativo que la visita al parque nacional. Este sendero se encuentra junto a Tortuguero y fuimos andando desde el pueblo.
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Leroy con un muestrario de animales de la zona |
Especialmente vimos monos perezosos y su congéneres aulladores, también aves y arañas de múltiples tipos.
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Hueco en la arena donde una tortuga puso sus huevos a buen recaudo |
Desde el sendero hicimos una salida a la vecina playa, a fin de que Leroy nos explicara el proceso de desove, y las dificultades que tienen las tortugas para reproducirse. También nos aclaró que los huecos de gran tamaño de la arena eran sitios donde habían colocado huevos. Son muy hábiles, siempre hacen dos agujeros, en uno colocan los huevos y el de al lado es para despistar a posibles depredadores.
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El tucán es abundante y muy llamativo |
Finalizada la excursión regresamos al pueblo, donde teníamos que gestionar la salida desde Tortuguero. Habíamos dado por supuesto que teníamos que regresar por La Pavona, pero Leroy aclaró que había otra opción por Moín, más interesante y que nos dejaba más cerca de nuestro siguiente destino, Manzanillo. No fue sencillo, pero finalmente contratamos este viaje, que más abajo relataremos.
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Colegio de Tortuguero |
Lógicamente, de haber utilizado un coche alquilado en Costa Rica nos habría sido imposible ir a Moín. Forzosamente tendríamos que haber recogido el vehículo en La Pavona, pero no era el caso.
Resuelto el traslado, nos fuimos a cenar al restaurante Mariscos y Cortes Tortuguero. Bastante mejor que el día anterior, pero carillo, rondando los 30€, empezábamos a comprobar que en Costa Rica los precios son elevados, bastante más que en Guatemala. Eso sí, la carne que tomamos esa noche estaba riquísima.
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Junto a la pista de aterrizaje de Tortuguero |
Un rato sin actividades contratadas nos llevó dar un paseo longitudinal por Tortuguero, única forma posible dada su configuración. Caminando llegamos a una pista de aterrizaje, de la que ya habíamos tenido noticias. Y es que además de en barco a Tortuguero se puede llegar en unos pequeños aviones como de quince plazas. La pista del aeropuerto tiene un kilómetro y medio, al llegar vimos que la valla estaba rota y nos metimos.
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Caminando por una pista de aeropuerto, pocos lo han hecho |
Unos paisanos nos habían advertido que estuviéramos atentos, que los aviones podían entrar por nuestra espalda y con el ruido del mar, a pocos metros, podíamos no oírlos. Así que fuimos con cuidado y, casualidad, llegó un avión y tuvimos que dejarle la pista.
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Terminal de Tortuguero airport, funcional |
Además de ese avión llegó un segundo, y comprobamos su capacidad, una quincena de viajeros, y también que a los pilotos les daba igual que hubiera gente pasando la tarde en la pista.
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Avioneta recién aterrizada en Tortuguero, que se marchó tras dejar al pasaje |
Días después, en Bahía Drake, supimos de una pista similar y tanteamos el precio, por si nos compensaba no volver en coche a San José, cinco o seis horas al menos. El encargado del alojamiento habló de unos 80€ y nos pareció razonable. Al rato aclaró que para nosotros, turistas, serían 170€, y la cifra reducida solo para nacionales. Conclusión: volvimos en coche, claro.
Antes de regresar pasamos un rato en la playa, tranquila, solitaria y gigantesca.
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Cena temprana en el Budha Café, con vistas al río |
Y de vuelta a Tortuguero, esta vez fuimos a cenar a nuestro establecimiento preferido, el Budha Café, cómodo, bien puesto y frente al río. Estuvo bien, quedamos satisfechos. Y después, excursión nocturna para ver animales a la selva. Prometía y cumplió, disfrutamos.
Salimos paseando de Tortuguero cuando ya era de noche, pasadas las seis de la tarde. No muy lejos, el guía, Saúl, (y los de otros grupos como el nuestro) empezaron a descubrir animales que teníamos al lado, pero que sin ellos nos hubieran pasado desapercibidos.
Variedades de ranas, de diferentes tipos, colores y características. Era imposible, pero casi llegamos a pensar que un propio iba por delante colocándolas, de tan a la vista que estaban y como se confundían con el paisaje. No olvidar que era de noche y nos apañábamos con las linternas, aunque la que valía era la del guía, más potente y quien la manejaba sabía lo que hacía. Uno de los primeros animales que vimos y que no es frecuente fue un oso hormiguero, aunque no pudimos sacarle fotos.
En esas estábamos cuando comenzó a llover, pero no una lluvia normal sino un diluvio propio de las zonas ecuatoriales. Sin avisar paso de cero a cien, una tromba enorme en medio de una temperatura calurosa. Nos cubrimos cada uno con lo que tenía a mano pero, una vez más, el más hábil fue Saúl: se mantuvo tal cual con su camiseta, empapándose, pero tan tranquilo, sabía perfectamente que una vez parara en un ratito estaría de nuevo seco como antes.
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Tucán dormido aferrado con sus garras a la rama |
Así que de noche, en completa oscuridad solo rota por las linternas, y diluviando, seguimos buscando animales, más bien observando los que el guía nos ponía en bandeja. Especial emoción nos causó localizar un tucán dormido, que siguió tal cual cuando lo detectamos, en una rama bastante alta, dormido y firmemente sujeto a la rama con sus garras bien cerradas. Un espectáculo. Pasamos un buen rato mirándolo como seguía su descanso ajeno a nuestra presencia. Seguro que no era la primera noche que un grupo de invasores se adentraba en sus dominios nocturnos.
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Enorme araña cangrejo calavera con su enorme red |
En esas Saúl sacó su vena de animador y, de repente, nos pidió a todos que apagáramos las linternas. A continuación hizo lo mismo: la oscuridad más completa nos envolvió, no veíamos absolutamente nada, ni al compañero, en medio de la selva no había la menor contaminación lumínica. Pasado un pequeño rato, el guía justificó el experimento. "Tal como estáis ahora es la vida nocturna en la selva, los animales no ven nada y se tienen que guiar por otros sentidos, olfato, tacto, oído, para mantenerse con vida los amenazados y los depredadores para conseguir sus presas". Nos dio que pensar.
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Una boa constrictor camuflada de rama justo al lado del camino |
Ya de regreso, junto al camino, el guía detectó una boa constrictor baby sobre una rama, que aparentemente semejaba otra rama. Estaba quieta, inmóvil, ajena a nosotros, como si no estuviéramos. El guía sugirió que podía estar digiriendo alguna presa y por eso su inmovilidad, y que no era habitual observarla de esa forma. La vimos a la ida y al regreso, tres horas después, seguía en el mismo lugar.
Antes, Saúl nos había sentado en una especie de aula abierta pero techada en medio de la selva. Explicó que la utilizaban en las actividades nocturnas para ver a las tortugas en la época de desove, en la que él es monitor y también voluntario pagado por el gobierno para vigilar que no se les cause problema. Conoce el tema de primera mano y nos dio mucha e interesante información. Y como la tortuga madre mueve el terreno sobre el nido para que no se note que hay huevos debajo. Pueden poner hasta 200 y es probable que de todos ellos solo uno llegue a adulto. O bien descubren el nido, o mueren al intentar llegar al mar o en los primeros y difíciles días en el agua.
Aparte, aseguró que una noche descubrieron, él y su compañero, que un jaguar los estaba observando a no demasiada distancia. "En ese momento se te olvidan todos los consejos para evitar el ataque, que grites y levantes las manos para que piense que somos demasiado grandes para atacarnos. Fue tremendo, y obviamente no nos atacó".
Y así viendo arañas de todos los pelajes y abundantes ranas, seguimos el camino de regreso.
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La popular rana verde de ojos rojos |
Esta ranita de ojos rojos con la veta azul en el cuerpo nos emocionó con sus colores, que utiliza para salvarse cuando aparece un depredador, ave o serpiente, que al abrir sus ojos colorados queda sorprendido y se detiene. Es un animal muy popular en el país por su colorido y como otras muchas ranas pasa su vida en los árboles, casi no pisa el suelo.
Después de la excursión nocturna, encantados por la experiencia nocturna y con la adrenalina un poco disparada, volvimos a nuestro alojamiento. Teníamos que preparar el equipaje que al día siguiente muy temprano, como aquí se hace todo, tomaríamos el barco para Moín.
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Listos para pasar tres horas por canales en medio de la selva camino de Moín |
Faltaba un ratito para las siete de la mañana, y no nos hacía gracia salir sin desayunar, pero a esa hora todo estaba cerrado. Milagrosamente, en el mismo muelle donde aguardábamos a que nuestro capitán diera orden de embarcar, había un pequeño chiringuito-panadería, donde nos prepararon unas tostadas y unos cafés de pota, que nos supieron a delicatesen. Más entonados, iniciamos la travesía. Digo travesía, porque el viajecito se iba a alargar dos horas y media.
Fue una chulada, y solo por Leroy supimos que existía, una casualidad. Además de cobrarnos por el traslado deberían hacerlo por el paisaje, como una actividad más. Íbamos once en el barco en total, incluida una pareja in love que comieron un cake pasándose los trozos de boca a boca, otro espectáculo.
En medio de paisajes selváticos, bien es cierto que en ocasiones aparecían algunos asentamientos, descubriendo animales y a punto de saturarnos de bienestar emocional ante semejante espectáculo gratuito.
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Mar abierto ante nosotros, pero seguimos por un canal lateral en medio de la selva |
En un momento dado quedamos sorprendidos: el río se ensanchaba y parecía que llegábamos al mar, y así era. No sabíamos que pensar pues no habíamos preguntado por el trayecto, pero resultaba evidente que nuestra pequeña embarcación no estaba preparada para la navegación marítima. Y así era. Desmond, el piloto, viró a la derecha con cuidado, que venían olas potentes, y de inmediato se introdujo en otro río/canal para seguir viaje. No podíamos ver la ruta por falta de cobertura y más tarde comprobamos que tampoco Google Maps tiene controlada esta compleja red fluvial que profesionales como nuestro capitán se conocen al dedillo.
El piloto iba rápido, viraba en las curvas haciéndonos disfrutar todavía más de la experiencia, y de repente un frenazo cuando aparecían troncos flotando y era preciso maniobrar con urgencia. Pero a Desmond se le veía experimentado y hábil. No en vano hace ese viaje todos los días, de ida y vuelta. Solo falla cuando no tiene clientes, caso que prácticamente no se da.
Cocodrilos de gran tamaño, casi confundidos con el fango, vigilaban inmóviles nuestro paso.
Y los elegantes correlimos por la orilla dedicados a sus menesteres.
Según nos íbamos acercándonos a Moín la presencia humana se hacía más evidente.
Hasta que finalmente llegamos a destino.
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Puerto de Moín, fin de trayecto |
Las enormes grúas de contenedores del puerto de Moín, situado a muy poca distancia de la ciudad de Limón, nos avisaron del final, casi nos dio pena. En el embarcadero nos esperaba una furgoneta que formaba parte de nuestro trayecto contratado. También íbamos once, dejó al resto primero y luego nos llevó a nuestro alojamiento rural en Manzanillo, cerca de Puerto Viejo, siguiente destino.